Publicado: noviembre 14, 2025, 2:01 am
La visita a la Casa Blanca del presidente sirio Ahmed al Sharaa, inconcebible hace meses, demuestra que el islamismo ha descubierto una nueva vía para afirmarse en el poder: el de las relaciones públicas con todos, amigos y antiguos enemigos, para repartir favores … y gozar de la sensación de que desde fuera no llegarán problemas.
La cuestión del trato interno con los rivales –en el caso de Siria, las minorías religiosas chií (alauí), cristiana y drusa– es harina de otro costal. Al Sharaa lleva menos de un año en el poder en Damasco, y las tres minorías sirias han sufrido varias operaciones de represión a manos de los exyihadistas que hoy mandan en el país.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, junto a su homólogo sirio en la Casa Blanca el 11 de noviembre
El último en contar con los favores de Al Sharaa es Estados Unidos. A falta de confirmación oficial, Damasco ha ofrecido a la Administración Trump una base aérea cerca de la capital siria, a cambio del levantamiento de sanciones internacionales que le van a permitir acceder a los mercados financieros internacionales para la reconstrucción del país.
El Pentágono cuenta, además, con un millar de militares en el norte de Siria –donde no manda el régimen sino las fuerzas kurdo-sirias– para ayudar a estos en el combate a los yihadistas de Estado Islámico, que en su día crearon en la región su primer califato mundial.
Trump no exige a Damasco promesas de democracia –sería una pérdida de tiempo– pero sí que se acerque a Israel en el marco de los llamados Acuerdos de Abraham, el regalo más precioso que quiere dejar a la posteridad. La nueva Siria está muy lejos de ese punto, más aún desde su imbricación con Turquía, firme enemigo del Estado hebreo.
El régimen islamista de Erdogan ha sellado con el de Al Sharaa un pacto de hermandad, que permite a los militares turcos sobrevolar Siria como si fuera su propio territorio. Ankara se enfrenta también a los milicianos kurdo-sirios en el norte –con el pretexto de que amparan al PKK turco–, y esa circunstancia favorece por su parte los intereses de Damasco.
Rusia fue junto a Irán, durante la guerra civil, uno de los principales aliados del régimen derrocado de los Assad. De hecho da asilo a la familia de los antiguos dictadores, pertenecientes a la rama alauí del país. Pero a Al Sharaa le interesa la buena relación con Putin, tanto por motivos económicos como militares –le asegura gas, petróleo y armamento– y la reapertura de actividad en las dos bases rusas en Siria demuestra que el pragmatismo se ha impuesto en las relaciones entre Damasco y Moscú.
¿Cuántos yihadistas extranjeros, que lucharon junto a Al Sharaa, siguen en Siria? Esa es otra cuestión desconocida, aunque se sabe que varios ocupan puestos en la nueva jerarquía del Ejército. Los testimonios de las operaciones de represalia contra drusos, alauíes y cristianos dan cuenta de su presencia en esos actos que no han sido investigados por el Gobierno.
Queda, por último, la presencia ‘non grata’ de los militares israelíes en la nueva Siria. A la vista del carácter antisionista del régimen de Al Sharaa, Israel ha tomado la ‘medida preventiva’ de ampliar su zona de ocupación en los Altos del Golán arañando más territorio a Siria. Durante este año se han contado por decenas los ataques aéreos de la aviación israelí contra objetivos militares sirios, con el pretexto de que eran ‘actos preventivos’ contra fuerzas hostiles. Hasta ahora, Damasco se ha limitado a elevar su protesta ante la comunidad internacional.
